Despierto sin más ganas de saber ti
Preparo la primera lágrima del día para soñar contigo, fue lo que pensé antes de disparar el arma.
Ahora no reconozco nada de lo que veo, ni si quiera puedo conciliar una mirada para verte y sé que tú lo has hecho por él, pero déjame ser yo quien lo hace por ti.
No pudo ser peor, despierto y me doy cuenta que estoy vivo, el bajo calibre de la pistola de mis padres no pudo matarme, ahora tendré que hacer muchas cosas. Despierto en el hospital y reconozco a tanta gente pero no sé qué está pasando, sólo puedo identificar voces que disparan un sinfín de preguntas sobre ti y la verdad no sé ¿Qué decir? En primera porque llevamos años sin mirarnos y en segunda porque te habías matado por alguien.
Intentando dormir
Intentando dormir
Han pasado días y las preguntas siguen, ¿Qué le pasa a este mundo? porque me todos me dicen tantos nombres y sin más en un determinado momento se van , ¿Quién es la persona que se acerca ? trato de ver pero solo no puedo.
Intentando dormir
Intentando dormir
No sé qué fue lo peor de esto, se suponía que moriría y que tal vez así podría verte, se supone que un día nos amamos y tal vez se supone que nunca me dijiste adiós, solo se supone que te irías por un poco de agua bendita
Intentado dormir
Intentando dormir
Primera pregunta ¿En qué ligar se encontraba? Puede describir lo que pasa por favor
Corre los ojos y comencé a recordar, pero no puedo. Me quedo sin memoria .Lo único que tengo en mi mente, es que no sé quien soy. El peor suicida ese debería de ser mi apodo y no tierno
¿Quiero recordar porque me mate hace unos años pero no puedo? Intento ver pero otro labios me dejan la vista nublada y no puedo ver nada, sólo tengo cabello negro entre mis dedos pero esta no son mi manos, ¿En que cuerpo estoy? No sé como llegue a este lugar, posiblemente es extraño ¿Alguien me escucha?.
Narrador
Dante iba camino al hospital después de un intento de suicidio, pero para gracia del destino el tiempo se detuvo y parece que no llegará a la cita propuesta.
El había detenido el tiempo, cuando disparo algo lo detuvo y no fue más que ella, ¿Quién es ella se preguntaran? Su nombre es inconfundible era ella.
Parece que la historia toma un curso extraño, porque ella había viajado en el tiempo para salvarlo a él y ¿Cómo es que él? Se mata por ella porque ella, se había matado por alguien más
Cuento…
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No has muerto. Has vuelto a mí. Lo que en la tierra
—donde una parte de tu ser reposa—
sepultaron los hombres, no te encierra;
porque yo soy tu verdadera fosa.
Dentro de esta inquietud del alma ansiosa
que me diste al nacer, sigues en guerra
contra la insaciedad que nos acosa
y que, desde la cuna, nos destierra.
Vives en lo que pienso, en lo que digo,
y con vida tan honda que no hay centro,
hora y lugar en que no estés conmigo;
pues te clavó la muerte tan adentro
del corazón filial con que te abrigo
que, mientras más me busco, más te encuentro.
II
Me toco... y eres tú. Palpo en mi frente
la forma de tu cráneo. Y, en mi boca,
es tu palabra aún la que consiente
y es tu voz, en mi voz, la que te invoca.
Me toco... y eres tú, tú quien me toca.
Es tu memoria en mí la que te siente:
ella quien, con lágrimas, te evoca;
tú la que sobrevive; yo, el ausente.
Me toco... y eres tú. Es tu esqueleto
que yergue todavía el tiempo vano
de una presencia que parece mía.
Y nada queda en mí sino el secreto
de este inmóvil crepúsculo inhumano
que al par augura y desintegra el día.
III
Todo, así, te prolonga y te señala;
el pensamiento, el llanto, la delicia
y hasta esa mano fiel con que resbala,
ingrávida, sin dedos, tu caricia.
Oculta en mi dolor eres un ala
que para un cielo póstumo se inicia;
norte de estrella, aspiración de escala
y tribunal supremo que me enjuicia.
Como lo eliges, quiero lo que ordenas;
actos, silencios, sitios y personas.
Tu voluntad escoge entre mis penas.
Y, sin leyes, sin frases, sin cadenas,
Eres tú quien, si caigo, me perdonas,
Si me traiciono tú quien te condenas...
Y quien, si te olvido, me abandonas.
IV
Aunque si nada en mi interior te altera,
todo, fuera de mí te transfigura
y, en ese tiempo que a ninguno espera,
vas más de prisa que mi desventura.
Del árbol que cubrió tu sepultura
quisiera ser raíz, para que fuera
abrazándote a cada primavera
con una vuelta más, lenta y segura.
Pero en la soledad que nos circunda
ella te enlaza, te defiende, te ama,
mientras que yo tan sólo te recuerdo.
Y al comparar su terquedad fecunda
con la impaciencia en que mi amor te llama,
siento por primera vez que te pierdo.
V
Porque no es la muerte orilla clara,
margen visible de invisible río;
lo que en estos momentos nos separa
es otro litoral, aun más sombrío.
Litoral de vida. Tierra avara
en cuyo negro polvo, ávido y frío,
del naufragio que en ti me desampara
inútilmente busco un resto mío.
Es tu presencia en mí la que me impide
recurperar la realidad que tuve
sólo en tu corazón, cuando latía.
Por eso la existencia nos divide
tanto más cuanto más tiempo en mi alma sube
la vida en que tu muerte se confía.
VI
Sí, cuanto más te imito, más advierto
que soy la tenue sombra proyectada
por un cuerpo en que está mi ser más muerto
que el tuyo en la ficción que lo anonada.
Sombra de tu cadáver inexperto,
Sombra de tu alma aún poco habituada
A esa luz ulterior a la que he abierto
Otra ventana en mí, sobre otra nada...
Con gestos, con palabras, con acciones,
creía perpetuarte y lo que hago
es lentamente, en todo, deshacerte.
Pues para la verdad que me propones
el único lenguaje sin estrago
es el silencio intacto de la muerte.
VII
Y sin embargo, entre la noche inmensa
con que me siñe el luto en que te imploro,
aflora ya una luz en cuyo azoro
una ilusión de aurora se condensa.
No es el olvido. Es una paz más tensa,
una fe de acertar en lo que ignoro;
algo —tal vez— como una voz que piensa
y que se aísla en la unidad de un coro.
Y esa voz es mi voz. No la que oíste,
viva, cuando te hablé, ni la que al fino
metal del eco ajustará en su engaste,
sino la voz de un ser que aún no existe
y al que habré de llegar por el camino
que con morir tan sólo me enseñanste.
VIII
Voz interior, palabra presentida
que, con promesas tácticas, resume
—como en la gota última, el perfume—
en su paciente formación, la vida.
Voz en ajenos labios no aprendida
—¡ni siquiera en los tuyos!—; voz que asume
la realidad del alba estremecida
que alcanzaré cuando de ti me exhume.
Voz de perdón, en la que al fin despunta
esa bondad que me entregaste entera
y que yo, a trechos, voy reconquistando;
voz que afirma tan bien lo que pregunta
y que será la mía verdadera
aunque no sé decir cómo ni cuándo...
IX
¿Ni cuándo?... Sí, lo sé. Cuando recoja
de la ceniza que en tu hogar remuevo
esa indulgencia inmune a la congoja
que, al fuego del dolor, pongo y atrevo.
Cuando, de la materia que me aloja
y cuyo fardo en las tinieblas llevo,
como del fruto que la edad despoja,
anuncie la semilla el fruto nuevo;
cuando de ver y de sentir cansado
vuelva hacia mí los ojos y el sentido
y en mí me encuentre gracias a tu ausencia,
entonces naceré de tu pasado
y, por segunda vez, te habré debido
—en una muerte pura— la existencia.
jaime torres bodet
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